La niña que vendía aguacates
- 30 jun
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Tiempo después de haberla conocido, cuando ya había crecido, algo en en esta niña llamó profundamente mi atención. No fue que incumpliera en alguna normativa escolar, tampoco su habilidad académica, que con los años había demostrado con creces. Lo que realmente me impactó fue verla sosteniendo con seguridad un pequeño canasto lleno de aguacates, acercándose a sus compañeros y maestros con una sonrisa y una propuesta de venta. Ese gesto, tan natural en ella, me reveló una faceta que hasta entonces no había notado: su valentía para emprender sin miedo y su capacidad de romper esquemas con determinación.
Era inusual. No porque una niña vendiera algo, sino porque lo hacía dentro de un contexto donde, en teoría, no tenía necesidad de hacerlo. Estudiaba en un colegio de prestigio, rodeada de compañeros que, en apariencia, no requerían ingresos adicionales para subsistir. Y, sin embargo, ahí estaba ella, con sus aguacates, con su convicción, con su valentía.
La verdad no sé para qué usará el dinero y mucho menos si realmente lo necesita. Quizá lo guarda, quizá lo usa para algo específico, o tal vez disfruta la experiencia de intercambiar algo de valor por otra cosa. Pero lo que sí sé es que su acto, más allá del comercio, me dejó una enseñanza profunda: la importancia de romper nuestros propios miedos para atrevernos a materializar nuestras ideas.
El miedo al qué dirán: la barrera más grande
Vivimos en una sociedad que nos enseña, desde pequeños, a encajar. Nos inculcan normas, comportamientos y expectativas que, en muchos casos, terminan limitando nuestro potencial. Nos dicen que estudiar es lo importante, que un buen trabajo es el camino, que hay maneras "correctas" de hacer las cosas. Pero rara vez nos enseñan a atrevernos, a explorar, a emprender sin miedo al fracaso o al juicio de los demás.
El miedo al qué dirán es, probablemente, una de las barreras más grandes que enfrentamos en la vida. Nos paraliza, nos impide tomar decisiones, nos hace dudar de nuestras ideas y, muchas veces, nos condena a una vida de conformismo. Pensamos en cómo nos verán, en si nos juzgarán, en si nos señalarán por salirnos del molde. Y así, entre dudas y temores, postergamos nuestros sueños y enterramos nuestras ambiciones.
Pero esta niña, con su canasto de aguacates y su sonrisa inquebrantable, mostraba que incluso siendo muy joven, romper con ese miedo es posible. Ella, por lo poco que sé de su admirable historia, no se detuvo a pensar en si estaba bien visto vender en su escuela. No parecía dejarse intimidar por el hecho de que, quizá, alguien la viera con extrañeza. No permitió que el miedo la dominara.
Y, en esa pequeña acción, posiblemente inconsciente y aunada a su manera de ser, hay una gran lección: la verdadera libertad comienza cuando dejamos de preocuparnos por la opinión de los demás y nos atrevemos a hacer lo que realmente queremos.
Emprender: una cuestión de convicción y actitud
Muchas personas con las que hablo sueñan con crecer, con mejorar su bienestar, con alcanzar cosas grandes. Pero pocos son los que realmente rompen con los estereotipos y los medios convencionales para hacerlo. La mayoría se queda en la comodidad de lo seguro, en el "algún día lo intentaré", en la espera de que alguien más les dé permiso para empezar. ¿No acaso siempre llegan ideas o consejos y somos nosotros los que decidimos no seguirlos porque algo interno nos detiene a ello?
El problema no es la falta de ideas, sino la falta de convicción. Nos han hecho creer que el éxito solo llega si seguimos un camino predeterminado. Que hay que esperar el momento "correcto", la edad adecuada, las condiciones ideales. Pero la verdad es que quienes logran grandes cosas no son necesariamente los más inteligentes o los más preparados, sino los que tienen la valentía de empezar, aunque no tengan todo resuelto.
El éxito no depende únicamente de los recursos o las oportunidades con las que se cuente, sino de la determinación y la confianza en uno mismo para intentarlo. Quienes se atreven a dar el primer paso, más allá de las circunstancias, son quienes realmente abren camino hacia sus metas.
Ella no solo vendía aguacates, sino que lo hacía con confianza, con una energía positiva que la hacía destacar. No era solo una transacción comercial; era una expresión de su forma de ver el mundo. Y esa manera de enfrentar la vida con determinación y optimismo es, repito, una lección poderosa.
Para Viktor Frankl nuestra actitud define cómo experimentamos el mundo, plantea que, aunque no siempre podemos controlar nuestras circunstancias, sí podemos elegir la actitud con la que las enfrentamos.
En contraste, en muchas conversaciones con otros alumnos, he notado que este tipo de actitud no es común. Muchos no se atreven a romper sus miedos, incluso cuando tienen grandes ideas o sueños. ¿Por qué? Porque han internalizado creencias limitantes que los paralizan.

Ideas limitantes y el miedo al fracaso: La barrera invisible
En psicología, se habla mucho del concepto de creencias limitantes: pensamientos arraigados que nos hacen dudar de nuestras capacidades y nos frenan. Estas creencias pueden originarse como ya lo mencioné antes, en la educación, en la cultura o en experiencias pasadas. Muchas de nuestras limitaciones son autoimpuestas y que, al cambiarlas, podemos transformar nuestra realidad.
Entre los estudiantes con los que he hablado, estas creencias se manifiestan en frases como:
"No soy lo suficientemente bueno para esto."
"Si fracaso, los demás se burlarán de mí."
"Es mejor no intentarlo a arriesgarme y quedar en ridículo."
Estas frases reflejan un miedo al fracaso que no es innato, sino aprendido. Carol Dweck, en su libro Mindset: La actitud del éxito (2006), explica que existen dos tipos de mentalidades:
Mentalidad fija: La creencia de que nuestras habilidades son estáticas y no pueden cambiar.
Mentalidad de crecimiento: La idea de que podemos mejorar y aprender con esfuerzo y práctica.
Los estudiantes que se aferran a la mentalidad fija evitan tomar riesgos. Prefieren no intentarlo antes que enfrentar la posibilidad de fallar. Pero aquellos con una mentalidad de crecimiento, como la niña que vendía aguacates, ven los desafíos como oportunidades de aprendizaje.
Así pues, la confianza en sí mismos es otro factor clave para romper el miedo al qué dirán. pues las personas con alta autoeficacia creen en su capacidad para enfrentar desafíos y, por lo tanto, actúan con más determinación.
Los jóvenes que carecen de esta confianza suelen quedar atrapados en su zona de confort. Aunque es un término ya muy popularizado, este el de la famosa zona de confort, lo importante es señalar que cuando nos quedamos allí demasiado tiempo, nuestras habilidades se estancan y nuestras oportunidades se reducen.
Romper esta barrera requiere tres elementos esenciales:
Exposición gradual al riesgo: No se trata de hacer un cambio radical de la noche a la mañana, sino de dar pequeños pasos fuera de la zona de confort. Por ejemplo, alguien que teme hablar en público puede empezar practicando con un amigo antes de enfrentarse a un auditorio completo.
Cambio de narrativa interna: En lugar de decir "no puedo hacerlo", aprender a decir "todavía no lo he aprendido, pero puedo intentarlo". Este cambio de lenguaje influye en la percepción del propio potencial.
Modelos a seguir y refuerzo social: Ver a otros enfrentando sus miedos puede ser un estímulo poderoso. En este sentido, la niña que vendía aguacates es un modelo implícito para sus compañeros: demuestra con hechos que es posible emprender sin miedo. Aunque no estoy muy seguro si a su edad es consciente de ello.
Mucha gente pasará años esperando sentirse lo suficientemente preparada para actuar; incluso yo he caído en esa trampa mental más de una vez. Pero la verdad es que la preparación total nunca llega. La clave para vencer la inacción es actuar antes de que el cerebro empiece a buscar excusas, lo que a veces implica afrontar nuevos retos, desde los más pequeños hasta los más grandes, para ganar la confianza suficiente. No se trata solo de conocimiento o deseo, sino, en gran medida, de acción: una acción consciente que nos mantiene en constante movimiento hacia el éxito y nuestro bienestar.
Si queremos superar nuestros propios límites, debemos actuar a pesar del miedo, no en su ausencia. La niña que vendía aguacates posiblemente tuvo dudas al inicio o fue guiada por un consejo familiar pero a pesar de ello no permitió que esas dudas la detuvieran. La acción, más que la reflexión excesiva, es lo que realmente termina transformando nuestras vidas y mentes.

Dejar de pensarlo y empezar a hacerlo
Es por eso que quiero cerrar estas líneas entendiendo que el mayor obstáculo para el crecimiento no es la falta de talento, ni la falta de recursos, sino la falta de acción debido al miedo y las creencias limitantes. Muchas personas pasan la vida esperando ese tiempo perfecto para emprender un cambio, cuando en realidad muchas veces lo único que necesitan es la determinación para empezar.
La niña que vendía aguacates sin quererlo me llevó a contrastar su psicología con la de tantos otros con los que he platicado, aunque no es exenta del dolor e incluso del sufrimiento mostró inocentemente que la actitud con la que enfrentamos el mundo define nuestras posibilidades. Pasarán los años y su camino emprenderá nuevos retos y transformaciones pero aquél día con su canasto de aguacates inspiró mi entendimiento para asumir que mientras algunos se quedan atrapados en sus miedos, otros deciden actuar, sin darle todo el peso a lo que piensen los demás. Y al final, son estos últimos quienes realmente transforman su destino.
Posdata: vender aguacates en un colegio no está permitido, así que espero que esta pequeña emprendedora no se meta en problemas. Aunque, siendo honestos, con su carisma y determinación, probablemente termine convenciendo hasta a la dirección de que le compren uno. 🍐😆
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